martes, 28 de noviembre de 2017

'Mismo sitio, distinto lugar.'

Hoy como un día cualquiera, me ha costado salir de la cama, vestirme medianamente bien, peinarme ,desayunar pobremente y he salido hacia la facultad. Martes, nueve y poco de la mañana, parada de bus en frente del río y me muero de frío porque como cada día, he olvidado coger la bufanda. Llega el bus y afortunada de mí, encuentro un asiento libre justo al entrar. 
No hay mucha gente en el bus, casi todas las que estamos allí somos mujeres. Muy diferentes cada una, eso sí. Las que vamos a la facultad, las que van al trabajo, las que suben con maletas porque llegan o van a algún lugar, las que llevan a sus hijos a clase, o las que están allí porque se han dado las circunstancias.
La madre baja con su hijo de la mano muy contento por ir al cole, las chicas con maletas van bajándose, suben hombre mayores, bajan señoras con carritos. 
Hay obreros poniendo las luces de Navidad por encima de las copas de los árboles, las hojitas están teñidas de tonos ocres, el río sigue su curso y aún no hay paseos en barco, excursiones de chinos están maravilladas con la torre del Oro...

En mitad del trayecto sube una señora de unos cuarenta-cincuenta años aproximadamente, se sienta en el asiento que está a mi lado y me da los buenos días. A los pocos minutos suena su móvil -no sabía que aún había gente que personalizaba su tono de llamada- y deja al descubierto uno de los acentos más feos que probablemente haya escuchado en mi vida. Yo, que llevo con los auriculares estropeados desde hace más de medio mes, estoy escuchando una mezcla de The Black Keys y la conversación de la señora. Es más bien baja, de complexión robusta, pelo corto y rubio recogido en una coleta y unas mallas de deporte. La conversación avanza y puedo deducir que tiene dos hijos, un chico y una chica y que actualmente no tiene trabajo. Cuenta también que hace poco la llamaron para trabajar en una pastelería y que estaba deseando empezar a trabajar.
También le cuenta al otro interlocutor -porque aunque ella no lo sepa, yo estoy también en la conversación- que no sabe cómo hacer para poder pagar los regalos de Navidad para sus hijos, que ahora mismo no puede permitirse nada que no sea comprar comida o pagar facturas. Y que quiere trabajar, y ésto lo repite una y otra vez. Y que le hace mucha ilusión poder comprarle a su hija un busto de peluquería, de los que tienen el pelo bonito y ver la cara que pone cuando lo vea. A su hijo, regalarle una caja llena de Legos y ver cómo deja el salón lleno de piezas sueltas. Repite también, una y otra vez que por favor, nadie le cuente a sus hijos quiénes son los Reyes Magos. Que ella se partirá el lomo trabajando para comprar esos regalos, pero que nadie le diga quiénes son los Reyes Magos...
Fin del trayecto, puedo ver mi parada a escasos metros y tengo que dejar esta conversación de manera no voluntaria para ir a Investigación de Mercados II. Espero que esos niños tengan sus regalos, pero más espero que ella pueda disfrutar de cómo los abren. Madres...

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