domingo, 28 de agosto de 2016

2/2 agosto.

El otro día por curiosidad me puse a contar la cantidad de kilómetros que he hecho este verano, y tengo que decir que ha sido el año que más he viajado y con diferencia. 4230 km habré hecho este verano si mis planes van sobre la marcha y si mis cálculos están bien hechos.
Me quedan como quince días de vacaciones, pero es que no puedo parar de pensar en el curso que viene. Parezco una friki pero incluso podría decir que estoy entusiasmada por hacer nuevas asignaturas que por fin tienen algo que ver con mi carrera. Dejando temas de estudios y mudanzas de lado, os voy a contar un poco lo que he hecho en esta última mitad de agosto.

PONTEVEDRA.

Cualquiera que me conozca sabe que vivo enamorada de Pontevedra, de sus puentes, sus calles de piedra, su clima no tan agradable, de su cerveza y sus terrazas...

Después de tragarme como unas diez horas en un autobús de la muerte rodeada de gente súper extraña, vi amanecer desde el puente de Rande en Vigo, que fijo que es una de las cosas más bonitas que he visto nunca. 
Ya el verano pasado os conté mi experiencia en Pontevedra, Combarro y Santiago así que mucho no cambia el panorama.
Tuve tanta suerte que llegué justo el día que Izal daba un concierto, y yo, como buena fan loca, no iba a perdérmelo. Fue un concierto mágico en el que me dejé la voz, la garganta y todo lo que podía dejarme. 
Comí muchos heladitos, pulpo, navajas, mucha pizza como de costumbre, me constipé como dos veces seguidas, tuve fiebre, caminé mogollón, toqué muchos gatitos y disfruté muchísimo de los días que pasé allí.











OPORTO.
Era una de esas ciudades que sabía que por unos motivos u otros no iba a visitar con mis padres. Tenía muchísimas expectativas y unas ganas tremendas de visitarla.

Pillamos un bus súper temprano de Pontevedra a Vigo y 45 minutos después, cogimos un tren hacia Oporto. Después de dos horas y media de viaje por fin llegamos, cogimos un taxi, que por cierto son  infinitamente más baratos que en España, y fuimos hacia el centro.
Lo primero que hicimos fue visitar el Mercado de Bolhao, un mercado tradicional que realmente mola por la extraña mezcla que se hace entre los colores de las frutas y las oscuras y decadentes estructuras que lo componen. Entramos sabiendo que no compraríamos nada, pero de verdad que merece la pena darse una vueltecita. 



Después, desayunamos y dimos una pequeña vuelta por el casco histórico. Qué os voy a contar... es una ciudad preciosa, barata, colorida, llena de ambiente por cualquier rincón, con el encanto que la decadencia portuguesa da a sus ciudades,,,
Pasamos muchísimo calor, algo que echaba de menos, no os voy a mentir. Comimos y cenamos en el puerto. Tengo que admitir que estoy enamorada de la comida, y del bacalao sobre todas las cosas. 
No os hacéis una idea de lo fantástico que es cenar en el paseo del Duero mientras ves el puente de Luiz I...
Más tarde fuimos de pubs, ya que la calle donde estaba nuestro hotel estaba llena de bares de todo tipo.
Sin lugar a dudas, repetiría Oporto una y otra vez. 








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